Escultura...representa a un personaje importante. (nueva Esperanza- Pallán), pesa mas de 40 kg. Pequeño mortero y proyectiles de honda...
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"LITERATURA SHILICA"
para los shilicos para los shilicos para los shilicos para los shilicos para los shilicos para los shilicos
ENTREVISTA A CRISTO REDENTOR...por Franz Sánchez
Publicado en CPM. Celendín Pueblo Mágico...Hace poco nos preguntábamos por los jóvenes que un día nos reemplazarán en la tarea de velar por los intereses e integridad de Celendín, creando conciencia entre nuestros paisanos y autoridades a través del periodismo. Y he aquí que de pronto, del supuesto desierto, surge Franz Sánchez Cueva, quien nos devuelve la fe y la esperanza de que no estamos arando en el mar, que habrá siempre celendinos que amen a su tierra porque la llevan grabada a fuego en el corazón. Esperamos contar siempre con su colaboración porque consideramos valioso su aporte e invocamos a otros jóvenes como él a unirse a la cruzada por la salvación de Celendin y a integrarse como colaboradores al equipo de Celendín Pueblo Mágico. Estamos seguros de que este "diálogo" en nuestra maltratada colina de San Isidro -donde el entrevistado es la mala copia del Cristo del Corcovado que ahora oculta la vieja capilla tradicional- gustará a nuestros lectores. Felicitaciones Franz, en CPM sabemos que, pese a tu juventud, eres un veterano en las lides del periodismo y en las luchas en pos de la verdad (NdlR).
ENTREVISTA AL CRISTO REDENTOR, VIGÍA INVOLUNTARIO DE CELENDÍN
Por Franz Sánchez CuevaCelendínDesde el comienzo de la frente, cuesta abajo con final de mentón, una copiosa sudoración me baña. Transpirando noches fermentadas y julias, me dirijo con avidez estrepitosa por el rosario de gradas, camino de la colina ishica.Mi celeridad la causa un encuentro urgido y bienaventurado. Radiante el día, luminoso ahínco, voy en pos de mi primer reportaje a la incuestionable figura, al profeta magnánimo y salvador.Son escalones interminables, mi aliento abrasador achicharra en mi rostro los últimos vestigios de alcohol. Pero, ¿como presentarme así? ¿Qué tipo de entrevistador soy? ¿De los que apalean con el soplo a sus interlocutores? En el bolsillo del chaleco, por si acaso, atesoro caramelos de menta y eucalipto, oportunos para situación tal.
La mala copia del Cristo del Corcovado, en desmedro de la vieja capilla tradicional...
Prosigo, arriscado por saber ya, y con mi tufo derrotado, curvo la esquina de la escuelita que en la cima espera, y he llegado… Un último esfuerzo. Camino unos metros sin desplomarme, pero intranquilo, a sabiendas de que ya estoy bajo su vistazo fiscalizador.Llego tarde a la cita en el llamado mirador. El personaje está un poco serio y su color, en mucho, es tan pálido como el mío. Imagino que está furioso con mi dilación.—¿Cómo estás, Cristo Redentor?
—¿Cómo crees? Si te dejasen en pie, esperando, con los brazos abiertos y bajo una ardentía tal, ¿cómo estarías? Mas esto llevadero es, he vivido ya cada cruz... Lo que no tolero son las vistas palaciegas, lo que veo desde aquí, desde que a alguien, un día, se le ocurrió traerme, mejor dicho, copiarme, de Rio de Janeiro. Mira, aprecia...—¿Qué cosa ves, Señor?— Veo el palacio, el del rey.—¡Tú eres el Rey...!—¡Déjate de piropear...! Me refiero a la vida de lujo, en el palacio, del monarca foráneo lleno de opulencias.—¿Cuál palacio, Señor?—¡El municipal, hijo, el municipal...!—Discúlpame, Señor, el despiste... Ahora caigo, pero no podemos meternos con él, hoy todopoderoso es...—Pero, ¿qué cosa dices? No hay más poder que el que mi Padre otorga.—Es verdad, Señor, pero ya que tocas el tema, mira también los gorilas que lo custodian.—¿Gorilas...? ¿Gorilas...?Entrecierra los ojos, aguza la mirada. El cemento es malo, pero rígido. Aunque mueve las manos y los dedos, no puede flexionar los brazos para hacerse techo bajo el sol y ver mejor.Decido trepar hasta sus hombros y ayudarlo. Es una figura grande, inmensa, y su fiebre pétrea es mayor que la mía, alcohólica, de simple mortal. Es difícil, pero lo he logrado. Le obsequio mis anteojos de sol. Se los coloco y veo que le quedan bien, como a un hippie sesentero.—¡Gracias, hijo mío...! Ahora si veo mejor… Y huelo también, ¿has bebido anoche?—¡Eh, Padre, aguanta un poco...! Perdóname, pero el periodista soy yo. Yo hago las preguntas, tú las contestas... He tomado unos tragos, estamos celebrando a tu Señora Madre, la Virgen del Carmelo. ¡Es julio, Señor...!—Sí, ya lo sé... He visto la corrida ayer, incompleta, a medias... Luego estuve, solitario, con unas pocas señoronas que cuchicheaban en la casa de mi Padre.—¿Pero, cómo...? Has descendido de San Isidro.—Tal es, hijo... Bajé cuando aún era de madrugada, a curiosear. Y equivoqué el camino y casi me rompo la crisma en el Gran Hueco, en la horrenda y desagradable perforación esa que han cavado en pos de arena… Las noches son duras y cansadoras por aquí, ¿sabes? Mis ojos y mis oídos ven y escuchan cosas terribles. No sólo entre las sombras de mis tristes columnas se ayuntan parejas, jóvenes en general, sino que los ebrios entonan coros extraños y me arrojan cataratas de humos raros.—¿Coros, qué clase de coros?—No, hijo, no son coros de alabanza, no son para mí.—¿Entonces?—Son para un amigo mío, jamaicano, se llama Robert Nesta…—¡Ah, ya...! ¡Bob Marley!—Tú lo has dicho.Lo miré para saber si era cierto aquello, le levanté los anteojos y tan pronto los vi sus ojos crearon un clima como fraterno. Sentí que el amable melenudo estaba un poco perdido, pero que era como un hermano, casi un paisano. Lamenté no tener mi sombrero para ponérselo en la cabeza.—Volviendo a lo nuestro, dime, Maestro, ¿qué impresiones te deja Celendín?—Muchas impresiones desde que llegué... Hasta he visto gente contrariada reclamando porque me habían puesto aquí. Con decirte, hijo, que hasta el bueno y sabio de San Isidro está caliente conmigo. ¡Yo no pedí a nadie que me traigan aquí...!—Comprendo, Señor.—Se que comprendes. Yo os amo a todos, incluso a los que toman mi nombre, y mi figura, en vano. Por lo demás, el pueblo crece, hay gente nueva... Veo autos, taxis, triciclos... Y narcos, narcos y gente que vive de ellos... Yo también soy nuevo por aquí, y ya me siento shilico. Sobre todo desde que me he enterado que ustedes tienen ascendencia judía, ¿no?, como yo.—Sí, aunque algunos shilicos son más bien jodíos...—¿Cómo...?—¡No! ¡Nada, Señor!—Hijo, sabrás que en Brasil hay también una estatua mía, símbolo de la Redención... Está situada a 700 m sobre el nivel del mar... Un paisaje precioso…—Sí, Señor, sé. Está en el cerro Pan de Azúcar o Corcovado, en Río de Janeiro. El autor de tu estatua aquí la copió de allá...—Sí, no es muy original el chico. Pero hay algo que me intriga. En Brasil, estoy con las palmas abiertas, celebrando el carnaval...—Aquí el carnaval también es bueno, Jeshushito.—Llámame Maestro o Señor, menos confianzas, hijo. Sí, en Celendín hay un buen carnaval, movido, a veces me dan ganas de bajar a Colpacucho, llamado ahora El Rosario... Pero, déjame que termine... Cuando me alojaron aquí, alguien propuso que me pongan con los brazos estirados, pero con los puños cerrados.—¿Cerrados?—Sí, hijo, ¡imagínate! ¡Cerrados...!—Pero, ¿quién…?, ¿cómo...?—Con los puños cerrados para hacer burla de los shilicos tacaños, cicateros… Luego supe que el que propuso eso era un espía cajamarquino, donde hay mucha envidia, tú sabes...Suelto la risotada, el sonríe, modesto. Tiene sentido del humor, ya se está haciendo shilico, pienso. Recupero la compostura, lo siento cansado y decido terminar la entrevista.—Muchas gracias, Salvador, por esta conversa y por tu tiempo.—No te preocupes, mi tiempo es eterno y va más allá que este triste cemento.—¿Tu mensaje final para los shilicos…?—¡Amor, amor, amor…! Amaos los unos a los otros, pero no entre mis columnas, de noche. Y, sobre todo, no me dejen esas cosas plásticas que hacen más horrible todavía el paisaje. Que ya tengo suficiente con la casa del rey municipal...—Lo voy a predicar, Padre.—Amaos entre paisanos, no seáis chismosos…—¡Gracias, Padre!—De nada, hijo... Y no seáis beodos...—¡Gracias, Padre!—De nada, hijo... Y no seáis cobardes si alguien atenta contra lo vuestro…—¡No sigas, Padre, no sigas...!—Lo último, hijo, y esto es para ti y todos los jóvenes: si alguna vez llegáis a la política, no seáis hipócritas ni traidores como Judas. No os vendáis por nada ni a nadie, y mucho menos vendáis a vuestra tierra, que no tiene precio. Ninguna minera puede pagar lo que vale.—No, Padre... Líbrame tú de caminar por el fango podrido de la política.—¿Y si yo me lanzara, hijo?—¿A dónde, Padre...? ¿Al Gran Hueco?—No hijo, a la alcaldía—¡Ah, ese es un hueco en oro! En ese caso yo sería tu regidor, Padre... Yo te seguiría, aunque no soy muy católico, pero lo haría...—No, hijo, estaba bromeando. Ese ayuntamiento habría que limpiarlo con creso, debe tener más culebras que las del desierto donde peregriné tantos días y tantas noches.—Es cierto, además la gente está mal acostumbrada. Tendríamos que asesinar muchos inocentes toros, buenos o malos, y quemar mucho “cuete” para que la nuestra gestión sea digna…—Sí, y los niños con hambre, y las escuelas que no tienen ni para tiza. No sigo porque me caliento. No, hijo, la política así, nunca... Ahora ve y cuenta las nuevas, y recuerda que estaré siempre con ustedes. Sobre todo al final de cada gobierno y al inicio de otro, que es cuando se sabe todo y revientan los terremotos. Multiplicaos, los periodistas, y esparciros por la tierra, pero a condición de que seáis honestos... ¡Ya llegará el día del juicio, o al menos, el de la revocatoria final! ¡Amén...!—¡Amén, Señor!—Ah, hijo...—¿Sí, Padre...?—¡Gracias por los anteojos...! ¡Me descansan la vista!
ENTREVISTA AL CRISTO REDENTOR, VIGÍA INVOLUNTARIO DE CELENDÍN
Por Franz Sánchez CuevaCelendínDesde el comienzo de la frente, cuesta abajo con final de mentón, una copiosa sudoración me baña. Transpirando noches fermentadas y julias, me dirijo con avidez estrepitosa por el rosario de gradas, camino de la colina ishica.Mi celeridad la causa un encuentro urgido y bienaventurado. Radiante el día, luminoso ahínco, voy en pos de mi primer reportaje a la incuestionable figura, al profeta magnánimo y salvador.Son escalones interminables, mi aliento abrasador achicharra en mi rostro los últimos vestigios de alcohol. Pero, ¿como presentarme así? ¿Qué tipo de entrevistador soy? ¿De los que apalean con el soplo a sus interlocutores? En el bolsillo del chaleco, por si acaso, atesoro caramelos de menta y eucalipto, oportunos para situación tal.
La mala copia del Cristo del Corcovado, en desmedro de la vieja capilla tradicional...
Prosigo, arriscado por saber ya, y con mi tufo derrotado, curvo la esquina de la escuelita que en la cima espera, y he llegado… Un último esfuerzo. Camino unos metros sin desplomarme, pero intranquilo, a sabiendas de que ya estoy bajo su vistazo fiscalizador.Llego tarde a la cita en el llamado mirador. El personaje está un poco serio y su color, en mucho, es tan pálido como el mío. Imagino que está furioso con mi dilación.—¿Cómo estás, Cristo Redentor?
—¿Cómo crees? Si te dejasen en pie, esperando, con los brazos abiertos y bajo una ardentía tal, ¿cómo estarías? Mas esto llevadero es, he vivido ya cada cruz... Lo que no tolero son las vistas palaciegas, lo que veo desde aquí, desde que a alguien, un día, se le ocurrió traerme, mejor dicho, copiarme, de Rio de Janeiro. Mira, aprecia...—¿Qué cosa ves, Señor?— Veo el palacio, el del rey.—¡Tú eres el Rey...!—¡Déjate de piropear...! Me refiero a la vida de lujo, en el palacio, del monarca foráneo lleno de opulencias.—¿Cuál palacio, Señor?—¡El municipal, hijo, el municipal...!—Discúlpame, Señor, el despiste... Ahora caigo, pero no podemos meternos con él, hoy todopoderoso es...—Pero, ¿qué cosa dices? No hay más poder que el que mi Padre otorga.—Es verdad, Señor, pero ya que tocas el tema, mira también los gorilas que lo custodian.—¿Gorilas...? ¿Gorilas...?Entrecierra los ojos, aguza la mirada. El cemento es malo, pero rígido. Aunque mueve las manos y los dedos, no puede flexionar los brazos para hacerse techo bajo el sol y ver mejor.Decido trepar hasta sus hombros y ayudarlo. Es una figura grande, inmensa, y su fiebre pétrea es mayor que la mía, alcohólica, de simple mortal. Es difícil, pero lo he logrado. Le obsequio mis anteojos de sol. Se los coloco y veo que le quedan bien, como a un hippie sesentero.—¡Gracias, hijo mío...! Ahora si veo mejor… Y huelo también, ¿has bebido anoche?—¡Eh, Padre, aguanta un poco...! Perdóname, pero el periodista soy yo. Yo hago las preguntas, tú las contestas... He tomado unos tragos, estamos celebrando a tu Señora Madre, la Virgen del Carmelo. ¡Es julio, Señor...!—Sí, ya lo sé... He visto la corrida ayer, incompleta, a medias... Luego estuve, solitario, con unas pocas señoronas que cuchicheaban en la casa de mi Padre.—¿Pero, cómo...? Has descendido de San Isidro.—Tal es, hijo... Bajé cuando aún era de madrugada, a curiosear. Y equivoqué el camino y casi me rompo la crisma en el Gran Hueco, en la horrenda y desagradable perforación esa que han cavado en pos de arena… Las noches son duras y cansadoras por aquí, ¿sabes? Mis ojos y mis oídos ven y escuchan cosas terribles. No sólo entre las sombras de mis tristes columnas se ayuntan parejas, jóvenes en general, sino que los ebrios entonan coros extraños y me arrojan cataratas de humos raros.—¿Coros, qué clase de coros?—No, hijo, no son coros de alabanza, no son para mí.—¿Entonces?—Son para un amigo mío, jamaicano, se llama Robert Nesta…—¡Ah, ya...! ¡Bob Marley!—Tú lo has dicho.Lo miré para saber si era cierto aquello, le levanté los anteojos y tan pronto los vi sus ojos crearon un clima como fraterno. Sentí que el amable melenudo estaba un poco perdido, pero que era como un hermano, casi un paisano. Lamenté no tener mi sombrero para ponérselo en la cabeza.—Volviendo a lo nuestro, dime, Maestro, ¿qué impresiones te deja Celendín?—Muchas impresiones desde que llegué... Hasta he visto gente contrariada reclamando porque me habían puesto aquí. Con decirte, hijo, que hasta el bueno y sabio de San Isidro está caliente conmigo. ¡Yo no pedí a nadie que me traigan aquí...!—Comprendo, Señor.—Se que comprendes. Yo os amo a todos, incluso a los que toman mi nombre, y mi figura, en vano. Por lo demás, el pueblo crece, hay gente nueva... Veo autos, taxis, triciclos... Y narcos, narcos y gente que vive de ellos... Yo también soy nuevo por aquí, y ya me siento shilico. Sobre todo desde que me he enterado que ustedes tienen ascendencia judía, ¿no?, como yo.—Sí, aunque algunos shilicos son más bien jodíos...—¿Cómo...?—¡No! ¡Nada, Señor!—Hijo, sabrás que en Brasil hay también una estatua mía, símbolo de la Redención... Está situada a 700 m sobre el nivel del mar... Un paisaje precioso…—Sí, Señor, sé. Está en el cerro Pan de Azúcar o Corcovado, en Río de Janeiro. El autor de tu estatua aquí la copió de allá...—Sí, no es muy original el chico. Pero hay algo que me intriga. En Brasil, estoy con las palmas abiertas, celebrando el carnaval...—Aquí el carnaval también es bueno, Jeshushito.—Llámame Maestro o Señor, menos confianzas, hijo. Sí, en Celendín hay un buen carnaval, movido, a veces me dan ganas de bajar a Colpacucho, llamado ahora El Rosario... Pero, déjame que termine... Cuando me alojaron aquí, alguien propuso que me pongan con los brazos estirados, pero con los puños cerrados.—¿Cerrados?—Sí, hijo, ¡imagínate! ¡Cerrados...!—Pero, ¿quién…?, ¿cómo...?—Con los puños cerrados para hacer burla de los shilicos tacaños, cicateros… Luego supe que el que propuso eso era un espía cajamarquino, donde hay mucha envidia, tú sabes...Suelto la risotada, el sonríe, modesto. Tiene sentido del humor, ya se está haciendo shilico, pienso. Recupero la compostura, lo siento cansado y decido terminar la entrevista.—Muchas gracias, Salvador, por esta conversa y por tu tiempo.—No te preocupes, mi tiempo es eterno y va más allá que este triste cemento.—¿Tu mensaje final para los shilicos…?—¡Amor, amor, amor…! Amaos los unos a los otros, pero no entre mis columnas, de noche. Y, sobre todo, no me dejen esas cosas plásticas que hacen más horrible todavía el paisaje. Que ya tengo suficiente con la casa del rey municipal...—Lo voy a predicar, Padre.—Amaos entre paisanos, no seáis chismosos…—¡Gracias, Padre!—De nada, hijo... Y no seáis beodos...—¡Gracias, Padre!—De nada, hijo... Y no seáis cobardes si alguien atenta contra lo vuestro…—¡No sigas, Padre, no sigas...!—Lo último, hijo, y esto es para ti y todos los jóvenes: si alguna vez llegáis a la política, no seáis hipócritas ni traidores como Judas. No os vendáis por nada ni a nadie, y mucho menos vendáis a vuestra tierra, que no tiene precio. Ninguna minera puede pagar lo que vale.—No, Padre... Líbrame tú de caminar por el fango podrido de la política.—¿Y si yo me lanzara, hijo?—¿A dónde, Padre...? ¿Al Gran Hueco?—No hijo, a la alcaldía—¡Ah, ese es un hueco en oro! En ese caso yo sería tu regidor, Padre... Yo te seguiría, aunque no soy muy católico, pero lo haría...—No, hijo, estaba bromeando. Ese ayuntamiento habría que limpiarlo con creso, debe tener más culebras que las del desierto donde peregriné tantos días y tantas noches.—Es cierto, además la gente está mal acostumbrada. Tendríamos que asesinar muchos inocentes toros, buenos o malos, y quemar mucho “cuete” para que la nuestra gestión sea digna…—Sí, y los niños con hambre, y las escuelas que no tienen ni para tiza. No sigo porque me caliento. No, hijo, la política así, nunca... Ahora ve y cuenta las nuevas, y recuerda que estaré siempre con ustedes. Sobre todo al final de cada gobierno y al inicio de otro, que es cuando se sabe todo y revientan los terremotos. Multiplicaos, los periodistas, y esparciros por la tierra, pero a condición de que seáis honestos... ¡Ya llegará el día del juicio, o al menos, el de la revocatoria final! ¡Amén...!—¡Amén, Señor!—Ah, hijo...—¿Sí, Padre...?—¡Gracias por los anteojos...! ¡Me descansan la vista!
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